Hace bastante que no escribía nada de ficción. Se me ocurrió esta idea que, la verdad, también podría haber funcionado como un rant sin la historia atrás, pero bueno, le puse un poco de narrativa a mi queja sobre un cliché de la ciencia ficción. Espero que haya quedado más o menos bien.
—Las invasiones extraterrestres no tienen sentido —decretó Pablo, con ese tono que siempre usaba cuando estaba totalmente seguro de lo que decía pero a la vez buscaba la discusión sólo por la discusión en sí.
La mesa del bar se sacudió cuando Bruno la golpeó con su cabeza de forma dramática. Los demás rieron.
—Bueno, dale, me interesa, ¿por qué? —dijo Clara.
—No le des cuerda, va a ser como con lo de las mentes colmena —la interrumpió Bruno— Cuando arranca con la ciencia ficción no lo aguanta nadie.
—No sé, lo de las mentes colmena estuvo interesante —dijo Marce.
—Totalmente —Concordó Clara— Aparte, la verdad, Pablo tenía razón.
—Yo siempre tengo razón —dijo Pablo— Y volviendo al tema de hoy, Clara, el porqué es porque no hay razón por la que una especie extraterrestre que puede hacer viajes interestelares quiera o necesita invadir la Tierra.
—Supongo que la primera idea más obvia es recursos. Minerales, agua, esas cosas. —dijo Bruno.
—¿Cómo era lo de los conspiranoicos? Los extraterrestres que querían el oro —agregó Marce.
—Los Anunnaki —dijo Pablo— y son un excelente ejemplo de por qué todo esto no tiene sentido. Dejando de lado el problema de las distancias interestelares hay asteroides enteros hechos de oro, o de cualquier otro mineral que quieres. Y el agua es todavía más abundante, y todo eso sin tener que sacarlo del pozo gravitatorio de la Tierra.
—Bueno, está bien, pero ¿y los diamantes? —dijo Clara
—Los diamantes son sólo carbón muy apretado.
—Sí, sí, pero decía los diamantes como hacemos acá en la Tierra. Es más barato hacer diamantes sintéticos y son de mejor calidad que los naturales, pero no son tan aceptados, porque lo que les da el valor es el sufrimiento de niños esclavos, aparentemente.
—Ya arrancamos… —murmuró Bruno.
—Bueno, pero ahí estás suponiendo extraterrestres capitalistas, y no me creo que una sociedad capitalista pueda lograr viajes interestelares —dijo Marce.
—Y ahí saltó. Sos un cliché, ¿sabias? —dijo Bruno— Y vos —le dijo a Clara— lo hiciste a propósito.
Clara se rió y le guiñó un ojo.
—Igual, no me parece que cambie mucho —dijo Pablo— si el tema es el sufrimiento, acá tenemos de sobra, y estamos dispuestos a venderlo. La invasión no sería necesaria. Con vendernos algunos espejitos de colores tendrían todos los diamantes que quieran.
Marce asintió.
—Los capitalistas locales no tendrían problema ninguno con ese arreglo —dijo—. Nadie tiene más solidaridad de clase que un capitalista.
—Bueno, bueno, ya está —dijo Bruno.
—Para salvar un poco a Bruno, ¿qué pasaría con recursos biológicos? —dijo Clara—. Plantas, animales.
—Eso es un poco más interesante —acordó Pablo— pero no veo para qué les serviría.
—Comida —dijo Bruno.
—No, sería una biología totalmente diferente.
—No, boludo, que llegó la comida, corré un poco y hacé espacio.
La conversación pausó un poco mientras el mozo dejaba la pizza y los platos individuales.
—Bueno, ponele que plantas y animales no, entonces —dijo Marce cuando el mozo se fue—. Pero si seguimos con la idea de extraterrestres capitalistas,¿no podrían necesitar mano de obra esclava?
—No se me ocurre qué trabajo tendría una sociedad interplanetaria que no puedan automatizar, pero ponele que sí, ¿no sería más fácil secuestrar a un grupo y reproducirnos en cautiverio?— dijo Pablo.
—Lo que vos decís, entonces, es que cualquier cosa que pueden obtener de la Tierra la pueden obtener más fácil en otro lado —dijo Clara.
—¿Y si no quieren nada más que romper todo porque sí? —preguntó Bruno.
—¿Y eso por qué? —dijo Clara.
—No es tan ridículo — dijo Marce —Hay toda una trilogía china sobre esa idea, la hipótesis del bosque oscuro.
—El Problema de los Tres Cuerpos —asintió Pablo—. Pero no necesitarían invadir para eso. Una especie que puede viajar desde otra estrella hasta acá puede meter un montón de energía cinética en un asteroide. La mesa quedó en silencio. Extrañamente, el resto del bar parecía también haberse quedado en silencio.
—Me parece que te falta algo —dijo Marce, que parecía no haberse dado cuenta de que todos los demás miraban las noticias en la tele del bar—. Estás asumiendo que cualquier invasor querría o matarnos o robarnos algo.
Pero Pablo también estaba concentrado en la televisión, donde las noticias mostraban diversas imágenes de lo que parecían ser enormes naves espaciales suspendidas sobre varias ciudades del mundo. El mozo subió el volumen, y pudieron escuchar a la presentadora de las noticias.
—… no sabemos sus intenciones aún, pero desde las Naciones Unidas… —pausó un par de segundos— Me comunican que las naves avisaron a las emisoras de noticias que van a dar un mensaje. Vamos a la cámara en vivo.
La imagen mostraba una nave gigante flotando sobre alguna ciudad. Durante un minuto que pareció una eternidad, pareció que todos contuvieron la respiración. Entonces, desde la nave —y desde todas las naves alrededor del planeta— sonó un mensaje:
—Trabajadores del planeta Tierra. Es hora de romper las cadenas del capital. Venimos a ofrecerles nuestro apoyo.